Nuestra vida imperfecta

Por María del Socorro Pensado Casanova

"Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sueño y agonía?"

Jorge Luis Borges.

No se puede ni se debe ir por la vida creyendo en la existencia de un ser humano que lo haya conseguido todo y que lo tenga todo resuelto mientras tú vas por ahí en medio de la nada, porque la realidad es otra… Todos lidiamos con nuestros propios y diferentes caminos día a día, y por más fácil y bella que veamos la vida de la persona de al lado, insisto la realidad es otra.

Siempre me he preguntado por qué en repetidas ocasiones somos tan egoístas con nosotros mismos y nos exigimos más allá de lo que tenemos y vamos logrando por nuestro propio mérito. En lugar de disfrutar a tope nuestro presente y valorar cada minuto como si fuera el último, desaprovechamos un montón los momentos felices que nos suceden durante el día, la semana y los años que llevamos habitando esta tierra.

En la actualidad, si bien es cierto lo que nos enseñan de los efectos negativos que provocan las redes sociales en nuestra psique, estoy segura que no son las únicas culpables de aquello que envidiamos de vidas ajenas porque el ser humano por naturaleza ve primero la belleza de los demás que la suya.

No sé si llegará el momento en que seamos capaces de ser enteramente felices con nosotros mismos, pero por ahora sé que no es posible pensar en un mundo ideal porque estamos lejos de compartir y brillar de las alegrías y los logros de aquellos que nos rodean.

Sobre las diminutas situaciones que envidiamos de vidas ajenas por mencionar algunas están el amor, las familias, los logros académicos, los triunfos laborales, la belleza interna y externa, la forma de ser y en realidad todo lo que la pantalla de la historia personal de los demás aparenta ser y de la cual no podemos estar seguros que ocurra.

Por mi parte, considero que las respuestas para las preguntas de quiénes somos, cómo conseguir el amor propio y la verdadera confianza de conocer a nuestro yo interior están expuestas en palabras tan sencillas como la confianza, la seguridad y el valor en, para y con nosotros mismos.

De qué sirve ir por la vida comparándote con todos los seres humanos que conoces si tú no eres quien carga con todo su peso y se levanta después de una noche larga en sus pies, de nada, la verdad que no sirve de nada. Por supuesto que la competencia propia y positiva, junto con la ambición de conseguir el logro de tus metas es elemental para superarse cada segundo y siempre debe encontrarse en una constante construcción para subir cada vez más, pero esta última no se equipara a aquella competencia que nos enseñan desde pequeños que va de realizar comparaciones entre unos y otros.

Hay personas que van por ahí más pendientes de lo que ocurre en nuestra vida, que nosotros mismos…

¿Acaso eso es vivir? A mi no me lo parece.

Nuestra vida imperfecta tal como nosotros la creemos es perfecta para otras personas y en realidad también lo debería ser para nosotros, porque todo lo que hacemos incluso los errores que cometemos son únicos, irrepetibles y perfectos.

Entre personas altas y bajas, escuelas privadas y públicas, salarios buenos y malos, familias numerosas y pequeñas, sueños grandes y diminutos, tacos y quesadillas, con y sin queso, salsa verde y roja, tortillas cuajadas y sin cuajar, con y sin cebolla, boletus y champiñones, viajes largos y cortos, playa y bosque, clases bajas, medias y altas, amores fugaces y eternos. En todo podemos encontrar diferencias porque en este universo todos somos distintos, y aquello de lo que estamos hechos debería bastarnos para ser felices y para luchar por conseguir más satisfacciones propias, pero sin hacerlo por copiar una imagen, un trayecto o una figura que ya existe y no precisamente en nuestra historia de vida.

En busca de la perfección vamos cada día, y así debe ser siempre pero sin la molestia de sentirse observado, perseguido o por el contrario, sentir que somos quien persigue y quien observa, sencillamente hacerlo por convicción propia. Ahora bien, el amor propio se nos confunde entre positivismos falsos y lecciones sobre la vida que no valen más que para sacarnos una lágrima innecesaria por el hecho de no conseguir o no contar con la fuerza y el ánimo necesario que pintan por ahí que se requiere para ser el mejor.

Me decidí a escribirles esta nota porque todos los días me pregunto, como les dije en un inicio, en qué momento aquellos que nos envidian y que nos lo demuestran con diversas acciones, como miradas penetrantes, descalificaciones, persecuciones innecesarias van a parar y van a descubrir que hasta la perfección más pura tendrá su milésima porción de falla.

O por el contrario, cuando vamos a comprender que aquellos a quienes envidiamos tienen sus propias obscuridades en todo momento. Si cobramos un minuto de realidad, reflexionemos sobre la sinceridad con la que pocas personas se muestran en la cotidianidad de los días. Nadie va por ahí contando las desgracias que le han ocurrido, lo que ha aprendido de ellas y aquellos errores que ha decidido posponer su enmienda.

Me parece necesario que para el cambio real, sino del mundo, de uno mismo y para contar con una percepción un poco más cercana a la vida misma, requerimos de pasión propia, quizá enamorarse de lo que uno es por si solo, aunque se tenga una sola nevera en casa, mal humor por las mañanas, el cabello maltratado, los zapatos un poco desgastados, el carro de un modelo descontinuado, muchas alergias, cansancio y fatiga por los días difíciles…

En fin, que puede tratarse de esos placeres, o de mil razones más lo que fortalezca nuestra pasión de ser quienes somos. Sin embargo, lo más importante será amar los golpes y la fuerza de nuestra mente y nuestro corazón. Por ello, y para ser capaces de disfrutar nuestra vida en los buenos y en los malos ratos es básico descubrirse y quererse sin competencia alguna, para luego repartir la felicidad propia y nuestra vida imperfecta con los más queridos.

De nada vale tenerlo todo si no tienes con quien compartirlo.